Elecciones pobres frente a retos enormes

 2021, algunas reflexiones antes de las elecciones

 Nota: estas reflexiones fueron escritas entre enero y febrero del presente año como insumo para reflexión de un grupo de colegas (mujeres y hombres) comprometidos con el desarrollo del país.

El mundo ya estaba cambiando aceleradamente antes de la pandemia del Covid-19. La masiva introducción de máquinas inteligentes, robots y la cada vez mayor presencia de inteligencia artificial en todas las actividades de la vida humana representa un reto del que no podremos escapar. No es opcional. Nos obliga a desplegar una inmensa capacidad de adaptación.

Adaptarnos al movimiento, a la incertidumbre, a la desaparición sin aviso de la vida como la conocíamos hasta hace poco.  Así como “los grandes inventos no sólo nos hacen la vida más fácil, también transforman nuestras necesidades” y es harto probable que desaparezcan muy pronto cerca de la mitad de los empleos que aún existen en el mundo. Sin lugar a dudas, estaremos obligados a reinventarnos y reorganizar la sociedad entera.

La pandemia presente desde comienzos del 2020 y hoy en proceso de complejizar los contagios en todo el mundo, está sirviendo de agresivo catalizador del proceso de cambios antes descrito. Como país nos obligó, tanto desde lo público como desde lo privado, a revisar muchos (ojalá hubieran sido todos) procedimientos, a simplificarlos o eliminar muchos de ellos pero, esencialmente, a automatizar gran parte de la tramitología convencional que, como sociedad, era (y aún lo sigue siendo en algunas islas de resistencia) una de las principales trabas para nuestro desarrollo. Lamentablemente las próximas elecciones generales serán presenciales pero estoy convencido que serán las últimas de este tipo. Las del futuro inmediato tendrán que ser por internet y, probablemente, voluntarias.

El nuevo gobierno que asumirá en julio 2021 deberá enfrentar sin temores ni eufemismos esta realidad. El presupuesto público tendrá que ser reestructurado radicalmente para centrar la mayor cantidad de recursos en las urgencias de salubridad pública y en la imperiosa necesidad de mantener y mejorar los niveles de educación ya alcanzados. En ninguno de estos campos claves podemos retroceder. Entonces, ¿de dónde saldrán los recursos necesarios para ello? Del mismo presupuesto nacional pero reacomodando de manera contundente las asignaciones sectoriales. No podremos enfrentarnos a la tremenda crisis actual con las mismas recetas y  métodos con los que veníamos manejando la economía y la sociedad antes de la pandemia.

Mucho puede contribuir la insistencia en eliminar todo trámite presencial con campañas masivas de información que incidan en el cambio de conducta tanto del emisor como del receptor y que eviten que las familias efectúen desplazamientos innecesarios. Una anécdota reciente refleja que aún estamos lejos de entender y aplicar nuevas reglas: el policía de tránsito exigiendo al conductor del vehículo el SOAT impreso cuando éste es digital desde hace varios años y el mecanismo para verificarlo es sencillo con cualquier teléfono. Lo mismo sucede con el DNI. Es clave avanzar con celeridad y sin pausa en la eliminación de documentos físicos y desterrar toda necesidad de firmas y  sellos estampados en pedazos de papel (hoy existen tecnologías como Docusign o la “firma digital” que dan fuerza legal a las declaraciones de los ciudadanos para todo tipo de gestiones). Ayudará también, aunque suene duro, la necesaria y obligatoria racionalización de puestos en todo el sector público en donde el 30% de las funciones ya se prestan por teletrabajo, otro 30% aproximadamente es presencial y hay un 40% residual que prácticamente ha quedado descolocado y sobre el cual se precisan políticas de desvinculación y readaptación a nuevas labores.

Esto último no debe ser una tarea exclusiva ni del Ministerio de Economía y Finanzas, ni de Trabajo y Promoción del Empleo ni de la Presidencia del Consejo de Ministros. Debe serlo de todo el Estado incluidos los gobiernos sub nacionales y liderado por un nuevo consenso acerca de su carácter inescapable. La pandemia y sus secuelas han demostrado que es posible garantizar el desempeño de las más complejas operaciones públicas con no más del 60% de la tripulación regular –salvo, claro está, en materia de salud pública. Evolución similar ha ocurrido en el ámbito empresarial privado y particularmente en el sector servicios. Muchos analistas de prestigio vaticinan que “la mitad de los trabajos en el sector público, incluido el de los policías, serán automatizados antes del 2030”. Es decir, a la vuelta de la esquina. En estas circunstancias resulta hasta doloso que con dinero público, por definición escaso, se siga pagando el no trabajo de una gran cantidad de personas. Ese dinero debe destinarse a fines productivos como la salud y la educación y, obviamente, a serios esfuerzos por canalizar ayuda eficaz para los procesos de reconversión y adaptación de las personas excedentes.



Como se aprecia en el gráfico anterior que asocia el gasto en planilla estatal por cada sol destinado a inversión pública, el monto aumentó sistemáticamente durante el período 2013 al 2017 y es de presumir que lo siguió haciendo durante los siguientes años. Lo que nuestra reflexión sugiere es que, en adelante, la pendiente debe ser inversa lo que mejorará la eficiencia del gasto e inversión públicos.

El primer año del nuevo gobierno no será fácil ni tranquilo. Pero algo resulta inobjetable: salud, educación y soporte a la reconversión laboral progresiva deben ser las prioridades. Junto con la reestructuración presupuestal es indispensable el reordenamiento tributario tantas veces mencionado pero siempre incumplido por compromisos y conveniencias políticas diversas. Los eufemísticamente llamados gastos tributarios[1] –que no son otra cosa que “ingresos renunciados” estimados conservadoramente por el propio ente tributario en 17,240 millones de soles para el 2019- son grandes prebendas y ventajas improductivas para unos pocos y deben ser eliminados sino reducidos a su máxima expresión.

En el ámbito aduanero, quizá uno de los órganos especializados más avanzados en materia de automatización de procesos, gestión digital y eficiencia de cobro de los impuestos de importación, ya es tiempo de revisar la pertinencia de que su desarrollo continúe lastrado por la pesada carga de funcionar encorsetado por las “prioridades de la administración tributaria”. Lo que es indispensable resaltar es que el capítulo aduanero requiere mucha mayor atención, presupuesto y libertad funcional de la que hoy tiene.  Ejemplos de este freno hay muchos y todos impactan en la fluidez y seguridad del ingreso y salida de mercancías, hacia y desde nuestro país. Esta nota no pretende listarlos sino llamar la atención acerca de la inexistencia hoy de las razones que justificaron la decisión de fusionar a la antigua Aduana con la Sunat tributaria del 2002. Como sucede con muchas decisiones gubernamentales de antaño, basadas ya sea en fines promocionales (la mayor cantidad de exoneraciones o beneficios tributarios y algunos regímenes especiales p.e.) o profilácticas (bajo la suposición de grandes bolsones de corrupción nunca demostrados fehacientemente) o simplemente pragmáticos (sinergias de gestión y simplificación administrativa), el tiempo y a performance aduanera –en este caso particular- se han encargado de desmitificarlas una a una.

Quizá la metáfora que ayude a comprender mejor lo que afirmamos es la de una madre que tiene dos hijos y siente que uno de ellos requiere más atención y cuidados especiales. Naturalmente la madre se va a volcar al cuidado de este hijo. En nuestros países de la región sudamericana, obviamente, se trata del hijo encargado de la cobranza de impuestos – crucial e importante- y, por ende, la mayor sino toda la atención en las administraciones fusionadas la merece la recaudación. Aunque el otro también sea su hijo y aunque su operatividad también impacte decisivamente en la recaudación, la madre le brinda atención secundaria y subsidiaria. Por ello, en la historia de las últimas décadas, estas fusiones no han sido una buena praxis internacional con impacto en la competitividad del país pues frenan el avance de la gestión aduanera, cuyas funciones son distintas y van más allá que la de un órgano exclusivamente recaudador, más aún en nuestro país con elevados índices de informalidad.

Al revisar los numerosos y diferentes planes de gobierno hoy disponibles gracias a la época pre electoral, uno cae rápidamente en cuenta que los partidos en competencia tienen escasa o nula visibilidad del problema. Cuando mencionan a la SUNAT, si lo hacen, se refieren a los asuntos tributarios y sus críticas son muy comunes: poca atención al crecimiento de la base de aportantes, concentración en los contribuyentes convencionales, poco apoyo a la formalización, mano blanda con la minería, necesidad de una reforma tributaria, etc. De la Aduana y su rol fundamental en la competitividad y seguridad del comercio internacional de nuestro país, ni un solo párrafo.

Sin embargo, la aduana sigue modernizándose, continúa su intenso proceso de digitalización y no ha parado sus operaciones ni un solo minuto desde que empezó la pandemia. Tan sólo hace algunas horas acaba de intervenir en el desaduanaje del primer lote de vacunas sin que nadie la sienta ni provoque los malestares que otros organismos, en etapas previas, casi liquidaron nuestra legítima esperanza de contar con ellas.

Rafael García Melgar / Feb 2021



[1] Se entiende por gasto tributario a los ingresos que potencialmente el Estado deja de percibir al otorgar incentivos y beneficios tributarios que reducen la carga tributaria de un grupo particular de contribuyentes. (Definición SUNAT) https://www.mef.gob.pe/contenidos/tributos/doc/gastos_tributarios_SUNAT.pdf


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